Llegamos a Puno y como siempre, encontrar un hotel que nos
guste fue todo un tema
Buscamos con el
GPS, con el celular, y después de dar
vueltas por toda la ciudad, llegamos
nuevamente
a la salida, advirtiendo que el hotel que buscábamos hacía como 45 minutos estaba cerrado. Hoy es
gracioso,
en el momento la verdad que no, porque el cansancio, las ganas de
darse una ducha y principalmente de comer
algo rico, después de toda la jornada
es algo que se vuelve absolutamente
prioritario. Cansados
regresamos al
centro a hospedarnos en uno de los hoteles que ya habíamos visto.
Por primera y única vez, decidimos no movernos de ahí, comer y descansar para salir temprano a la mañana,
camino a la
Isla de los Uros. Con alguna
desinteligencia en el equipo , - y eso que somos solo dos- arrancamos
para el puerto de Puno. Nos subimos
a una lanchita con un montón de adolescentes que estaban de viaje de
egresados
que iban sacándose fotos, discutiendo
por los lugares, escuchando música, y porque no también
aplastándonos cada vez que se levantaban y
sentaban… en fin, imaginan a que me refiero, y así anduvimos por
alrededor de
40 minutos. Arribamos a la Islas y ya adelanto que si bien el paseo nos
gustó, hoy parecería haber
perdido la
magia, pues se ha transformado solo en
algo turístico, abandonando su esencia. Eso, no quita lo
que
fué, dado que en algún momento vivieron
allí una tribu descendiente de aquellas
que habitaban el Amazonas,,
construyendo para ello islas artificiales -hay más de 60- y barquitos en los que se trasladaban, de unas a
otras,
y todo eso con Totoras. Caminar por las
islas es como hacerlo sobre algodones, te hundís un poco, pero es
divertido..Hoy
los descendientes que vimos, han dejado
sus costumbres tradicionales y han pasado
a vivir del
turismo vendiendo las artesanías que ellos mismos hacen. ( o por lo
menos eso parece) Luego de tres
horas con
los Uros, emprendimos el regreso al puerto de Puno y de allí a
Bolivia. La
desinteligencia en el equipo aún duraba,
y
uno de sus integrantes - ya se imaginan quién fue-, decidió que
mejor dejaba de hablar con el intercomunicador
de los cascos.
Eso hizo, que cada vez que quisiera decirle algo, le golpeara el casco, como si
fuera una puerta de
entrada, lo que
hacía que se enojara aún un poquito más.Casi me dejan en
el aeropuerto de la La Paz por esa actitud…
j aja j aja.-
Creo que si bien la visita que hicimos nos
gustó, la sorpresa del día resulto sin dudas el paso fronterizo entre Perú y
Bolivia.
No tiene desperdicio, es turismo
autóctono. Cientos de personas que van y
vienen cargadas con lo que pueden llevar
en
bicicletas o triciclos. Trasladan desde bolsas de cebollas, papas, ropa, lo que imaginen. También venden en ferias
improvisadas
a la orilla de cada país cualquier cosa. La entrada a
Bolivia fue muy graciosa, el chico que nos
sello el papel de ingreso, ni nos miró
En cuanto a la
moto nos pidieron copias de la
documentación –DNI , cédula verde etc- . Obvio que para eso, era necesario
una
fotocopiadora, para lo cual nos indicaron, que no había ninguna en el lugar. Se imaginan que
nos largamos a reir…
Lo único por
hacer, era regresar a Perú, en búsqueda de la ansiada copia.
A nadie le
importó que saliéramos y entráramos. De hecho yo iba y venía sin problemas. Por
suerte en la aduana Peruana,
siempre uno encuentra alguien con buena onda, y el policía que
estaba ahí nos hizo el favor de hacernos la copia.
Cruzamos
nuevamente el puente con la ansiada fotocopia, sello mediante, emprendimos el
camino a La Paz.
Cuento aparte la
entrada a La Paz. No solo no hay carteles que indiquen casi nada, sino que al
intentar preguntar,
más de a una persona nos miraban con cara de desconcierto
total o como si habláramos otro idioma.
La llegada al
centro de la ciudad, estuvo llena de sorpresas, no solo la gente camina por la
calle, sino que la ciudad
se encuentra repleta de pequeñas combis donde una
persona que va en la puerta, grita a
viva voz, el lugar donde se dirigen,
frenan en el medio de la avenida, calle, etc y las
personas se suben. Pero cuando digo muchas, verdaderamente son muchas,
a punto
tal, que nos preguntábamos como se escuchaban o entendían a donde iba cada una.Bueno, después
de una rato, aterrizamos
en el centro, y creo que en tiempo record conseguimos
un lindo hotel donde quedarnos. Eso sí, guardar a “la nena” no fue tarea
sencilla
porque la mayoría de los hoteles no poseen cocheras propias y las que
había estaban cerradas por ser domingo.La noche no
podíamos
cerrarla sin recorrer un poco, así que visitamos la plaza central y
subimos hasta el mirador, donde puede
verse la ciudad en 360 grados.